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"No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir, y decirlo" (Oscar Wilde)

lunes, 23 de junio de 2008

Mi primer entierro (año 1969)

Tenía una edad en la que por aquella época era conocedor de lo justo para poder sobrevivir en una ciudad, o sea, ir a los recados que me enviaba mi madre y saber donde estaba lo básico de la zona donde habitaba, cercana a la plaza de toros de Zaragoza. Exactamente la calle Pignatelli, que fué el lugar donde por suerte nació este que escribe, muy cerca también del antiguo Parque de Bomberos.

No recuerdo si ya había comenzado el curso escolar, si que recuerdo que en una noticia de la radio sacudió en mi casa como si fuera propia. Había fallecido Miguel Labordeta, a la sazón, director de mi colegio al que acudía hacía tres años (colegio Sto. Tomás de Aquino).

Al día siguiente. mi madre me puso de punta en blanco y me dirigió al colegio. Allí me dejó, en la puerta, pensando que llegarían otros compañeros míos y posteriormente se fué otra vez a casa.

Empiezo a ver llegar a gente y yo me encuentro acurrucado en la puerta del colegio. En la calle del Buen Pastor, nº1. De mis compañeros ni rastro.

Al cabo de un tiempo, bajan por las escaleras de acceso el ataud y en procesión típica de aquella época, con el ataúd a hombros, recorremos los aproximadamente 500 metros a pié hasta la iglesia de San Felipe, en la plaza del mismo nombre. Yo detrás del féretro, y buscando con mi mirada algún compañero de mi edad (7 años) y no encuentro a nadie.

Me meto en la misa y una concelebración exagerada de sacerdotes, todos ellos con casullas moradas hacen más importante la celebración de tal evento. No sabía todavía la importancia que tenía el director de mi colegio.


Termina la celebración de la misa y yo me escapo a mi casa de nuevo. Ha sido mi primer entierro.



Casi cuarenta años después, me encuentro paseando alrededor de la Iglesia de San Juán en Oviedo con mi mujer Chusi y mi hija Sara. Mientras ellas entran en una tienda de ropa, yo me quedo mirando libros en la librería Cervantes. En un cartel grande, pone que José Antonio Labordeta firmará esa misma tarde ejemplares de su obra "En el remolino". Sí, es él, el del país en la mochila, el que me dió clase de historia en el instituto Ramón Pignatelli cuando no le pillaba una huelga de PNNS (profesores no numerarios). El que dirigía la revista del instituto de nombre "Samprasarana" en la cuál yo colaboraba asiduamente con mis compañeros de clase aun sin saber lo que significaba ese nombre.

Entro en la librería, compro el libro y cuando se lo doy a firmar me pregunta como me llamo. Sólamente le contesto:

Soy un editor/lector de la revista Samprasarana

Me mira por encima de sus gafas. Se levanta, me da la mano y me pregunta el nombre notándole algo de alegría en el semblante

Yo le contesto que por el nombre no me va a conocer, pero le digo que era el crío que íba inmediatamente detrás del ataúd de su hermano aquella tarde del año 1969. Esto último jamás se lo había comentado cuando fuí alumno suyo.

No me acababa de recordar como alumno, pero sí se le había quedado grabada mi imagen el día del funeral y me llegó a comentar que le había llamado la atención mi presencia , pero que nunca habría sabido quien era si no nos hubieramos encontrado en esta librería.

Firmó el libro y todavía charlamos durante otros cinco minutos más de otros temas de menor trascendencia.

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