Después de un mes y pico encerrados , uno llega a la conclusión de que es la mejor situación para aquellos que dicen gobernarnos.
Con las calles vacías casi no hay accidentes, no hay contaminación, no hay secuestros, no hay atracos, no hay manifestaciones contra el gobierno. Es una balsa de aceite. Algún sonido de cacerola que no oyen y eso sí, sobre todo aplausos, cosa que por mucho que vayan dirigidos al personal sanitario, yo no acabo de entender del todo. Nadie me aplaude a mí por cumplir mi obligación que es trabajar todos los días, casi la misma obligación que tiene el personal sanitario. Con haberles aplaudido un día creo que era más que suficiente. Esos minutos a partir de las 20 horas (que por una vez estamos todos de acuerdo en la hora) deberían reflejarse en otras cosas. Acordarse de los fallecidos por ejemplo. Aunque quede claro que no me he unido ni me uniré a la ovación colectiva.
No esperéis, no, que vaya a hacer leña del árbol caído y empiece a meterme con los siempre presuntos culpables. Que nos pille una pandemia no es culpa de nadie. La gestión contra esa pandemia sí que puede ser determinante para atajarla, pero no seré yo quién opine si esa gestión ha sido o no ha sido acertada. No me piden la opinión para unas cosas, pues tampoco voy a darla para esto.
Mientras tanto, esperaremos a que esos señores disfrazados con trajes de superioridad vean conveniente que salgamos, eso sí, con las pautas que nos marquen.
Y al que se mueva, ya sabe. No saldrá en la foto