El viento
De un sol abrasador habíamos pasado a un
viento que se iba cerniendo sobre nosotros como una demoledora amenaza. Los
árboles se retorcían sobre sus entrañas
como queriendo imitar un baile de tribus africanas.
No
me dio tiempo a despedirme de él. El viento me arrancaba mi sombrero y se lo
llevaba hacia sus adentros en volandas como un pelele. Corrí mucho, pero cuando parecía tenerlo al
alcance, el viento, con tono burlón, volvía a soplar y lo llevaba más allá. En
mis oídos martillaban sus gritos de
auxilio. Estábamos los dos a merced de una fiera voladora. Finalmente, las
ruedas de un camión cortaron su carrera.
Cabizbajo
y sin sombrero me dirigí a casa. Para lavar
mi conciencia compré otro igual. Ahora creo que todo fue una pesadilla.
Y, los días de viento, todavía hay una lágrima
que resbala por mi mejilla.
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