LA DROGUERÍA
Pasaba lista todos los días. Parecía que estaban todos: el ambientador,
la esponja, el gel, las pinzas de la ropa, los pañuelos de papel, los
estropajos, el champú… Uno tras otro
iban respondiendo cuando citaba sus nombres. Pero, ¿dónde estaba la
señorita Bayeta? Debería estar a la diestra de la escoba. Donde siempre había estado. Se me hacía muy duro pensar que, algún
caldero sin escrúpulos, me la hubiese arrebatado. Quizá para formar parte de alguna
orgía junto al agua y el jabón. Hubiera preferido que me llevaran a mí que ya
soy viejo. Mi bayeta estaba en la flor de la vida.
Sus compañeros también lloraban su ausencia. Se me acercaba
la hora de marchar, pero no podía dejarlos en aquel estado. Quería estar junto
a ellos. Tomé carrerilla, cerré los ojos y me lancé contra aquella superficie
achaflanada. Una lluvia de cristales de todos los tamaños impactó sobre mí,
mientras caía en cuclillas al lado de los míos. Fui abrazando a todos, uno a
uno, dejando en sus cuerpos, a modo de
despedida, un pequeño reguero de sangre.
He vuelto al lugar. Sigo teniendo que esperar a Claudia, como
siempre, pero ahora, en vez de hacerlo mirando escaparates, me llevo un libro
para leer. Y cuando miro de reojo a la droguería nadie me conoce. Es la mejor
noticia.
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