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"No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir, y decirlo" (Oscar Wilde)

viernes, 4 de mayo de 2012

LA DROGUERÍA

Pasaba lista todos los días. Parecía que estaban todos: el ambientador, la esponja, el gel, las pinzas de la ropa, los pañuelos de papel, los estropajos, el champú…   Uno tras otro iban respondiendo  cuando  citaba sus nombres. Pero, ¿dónde estaba la señorita Bayeta?  Debería  estar a la diestra de la escoba.  Donde siempre había estado.  Se me hacía muy duro pensar que, algún caldero sin escrúpulos, me la hubiese arrebatado. Quizá para formar parte de alguna orgía junto al agua y el jabón. Hubiera preferido que me llevaran a mí que ya soy viejo. Mi bayeta estaba en la flor de la vida.
Sus compañeros también lloraban su ausencia. Se me acercaba la hora de marchar, pero no podía dejarlos en aquel estado. Quería estar junto a ellos. Tomé carrerilla, cerré los ojos y me lancé contra aquella superficie achaflanada. Una lluvia de cristales de todos los tamaños impactó sobre mí, mientras caía en cuclillas al lado de los míos. Fui abrazando a todos, uno a uno, dejando en sus cuerpos,  a modo de despedida, un pequeño reguero de sangre.
He vuelto al lugar.  Sigo teniendo que esperar a Claudia, como siempre, pero ahora, en vez de hacerlo mirando escaparates, me llevo un libro para leer. Y cuando miro de reojo a la droguería nadie me conoce. Es la mejor noticia.

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