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"No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir, y decirlo" (Oscar Wilde)

domingo, 20 de marzo de 2011

EL ESCALADOR

Eran muchos los que dudaban de aquél apuesto africano que tarde tras tarde se encaramaba en lo alto de aquella fuente. La sesión era siempre repetitiva: de un brinco saltaba la zona de agua y después trepaba hasta el último centímetro de aquella imagen parduzca que recordaba a no se sabe quién. Estaba encaramado cuatro o cinco minutos y descendía. Era su momento de gloria

Los bancos, repletos de jubilados, hacían caso omiso. Era la misma historia de todos los días y ya no se sorprendía nadie. Comentarios de todo tipo, fotografías de curiosos inmortalizando el acto, y una pregunta en el aire: ¿por qué lo hacía? Nadie podía responder

Pasado un tiempo, aquello se acabó. Aquél personaje que tantas y tantas tardes les había entretenido no estaba en la plaza. Desapareció como si hubiera fallado en el primer salto y se hubiera deshecho en el agua como una pastilla efervescente.

Hoy la plaza sigue donde siempre. Con sus corrillos de ancianos, niños jugando y gente de paso. La imagen más que parduzca, es negra, como queriendo recordar al hombre que tantas veces la abrazó.

He esperado a la hora de siempre, y por el fondo de una calle estrella que da a la plaza, conduciendo su silla de ruedas, con sus extremidades inertes en el reposapiés, observo a un hombre de raza negra que, con nostalgia, y los ojos humedecidos, mira a la parte alta del monumento. Pasa inadvertido. Nadie parece reconocerle, pero es él.

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