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"No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir, y decirlo" (Oscar Wilde)

jueves, 11 de octubre de 2012

HISTORIA DE MI NOMBRE



En mi época era una costumbre poner al primer hijo varón el nombre del padre y a la primera hija el nombre de la madre. En su defecto, se tiraba de santoral, y si uno tenía suerte, podía tener un nombre acorde a su aspiración de no sonrojarse al ser nombrado.
En mi caso, me iba a llamar Tomás, pues nací con el antiguo santoral un siete de marzo, festividad entonces de Santo Tomás. Como mandaba la primera opción, me llamo Ernesto por mi padre. Pero a alguien se le ocurrió la brillante idea de adosarme un nombre al lado aprovechando la festividad del Angel de la guarda, por aquellas fechas el 1 de Marzo. Digo brillante idea, porque me suena mejor Ernesto Angel que un supuesto Ernesto Tomás. No obstante hay compuestas que no cuadran. Suena muy bien si dicen Gin-tonic, Gin-Kas, Calimocho,  pero…  eso de Ernesto Angel…  y, peor todavía, Ernesto Tomás…
Con el tiempo, como si se tratara de la teoría de la evolución, el Angel lo fui perdiendo. Recuerdo una anécdota con una médica que me llamaba continuamente Ernesto-Angel. Enseguida yo replicaba diciéndole que me llamara Ernesto, que Angel no me gustaba, a lo que ella me contestaba: “Pues yo me llamo Maria de los Angeles”. Lapsus que todavía recuerdo
Una vez conseguido que la gente se adaptara a mi nombre empecé a sentirme bien. Al principio siempre uno envidiaba a los que se llamaban Pepito, Javi o Carlos por poner un ejemplo. Cuando me llamaban en voz alta, todos miraban para mí.  Odiaba el momento de pasar lista. Era un nombre poco común y no aceptaba que todas las miradas se clavaran en mí.
Con la obra de Oscar Wilde “la importancia de llamarse Ernesto” se nos empezó a hacer justicia. Fue un punto de inflexión y con el Ché Guevara, Ernesto Sábato etc… acabamos colando nuestro nombre poco a poco en la sociedad. Hoy me enorgullece llamarme así.
Y para los posibles lectores de este blog, decir que, Oscar Wilde no me dio ninguna importancia y os permito dirigíos a mí poniendo mi nombre con minúsculas.

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