No divisaba a nadie a mis espaldas por aquél escaparate-retrovisor que ya me sabía de memoria. Esponjas a cinco pesetas, jabones de tocador en oferta, champús, etc… Eran las seis de la tarde y me dirigía, como cada día, a mi observatorio a contemplar a Inés.
Ella vivía un poco más adelante, pero el escaparate en forma achaflanada, me hacía ver sin ser visto. Era una acción de espionaje esperando el momento en que entrara en su portal. Así día tras día. Cuando la veía me sentía feliz. Cuando, por el contrario, no era posible verla me consolaba mirando la esponja de cinco pesetas.
Un día, al dirigirme a mi punto de observación, tropecé de frente con ella. En un alarde de disimulo dije que iba a comprar una esponja. Entré en la tienda y mi sorpresa fue mayúscula cuando había subido su precio a 7 pesetas. No me la pude llevar. Los celos de la esponja al verse relegada a un segundo plano me condenaron.
Seguí viendo a Inés una temporada grande, y en mi lista de compra jamás incluí a una esponja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario