Sí, hoy la he vuelto a ver. Con el pañuelo envolviendo su cara sonrosada. Me ha mirado
a la vez que yo a ella. Aquel día subía empapada por la pertinaz y constante lluvia, con
sus dos hatos cargados uno en cada lado de su orondo cuerpo. No recuerdo lo que le
dijo el conductor de aquel autobús de línea. Quizá la conociera de otras veces y le
estuviera regañando por salir de casa en un día como aquél. Sí sé que de los escasos
asientos libres que quedaban, fue a elegir el contiguo al mío. Maniobras para poner los
hatos a buen recaudo y finalmente aposentó su cuerpo dejándolo caer con todas sus
fuerzas sobre el asiento, el cual emitió un crujido quejicoso por no tener la costumbre
de soportar aquellos kilos de más. En el trayecto plagado de curvas, frenazos y algún
que otro toque de bocina de algún conductor furioso, dirigió la mirada hacia mí en no sé
si dos o tres ocasiones. Al principio la esquivaba, al fin y al cabo era una cercanía casual
pero, posteriormente, era yo el que, con disimulo dejaba caer los ojos hacia un lado y
leía su mirada a través de la transparencia del pañuelo que cubría su cabeza. Llevaba sin
duda una vida ajetreada la pobre mujer. Leía lo mucho que quizá había sufrido y lo que
posiblemente le quedaba por sufrir. Con nuestras miradas llenas de disimulo intentamos
adivinar lo más profundo de cada uno de nosotros. Llegué a mi destino. Y al bajarme, ví
su cara esforzándose por seguir mi silueta a través del cristal lleno de vaho y lluvia,
mientras el autobús proseguía su marcha. Y hoy la he vuelto a ver, en la fila de un
comedor social. Con su pañuelo envolviendo su cara sonrosada. Y cuando a su lado
paso, con su mirada cansina, oigo como dice a otros: “Ese rapaz es mi amigo, pues sin
siquiera pedírselo, viajó conmigo una vez de Pumarín a S. Lázaro”
Ernesto
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar