Catorce y treinta horas. Es definitivo: no voy a cocinar hoy. Voy a dar un pequeño homenaje a mi cocina y me he propuesto no mancharla. ¡Bastante tiene la pobre el resto del año! Deseo verla limpia y coqueta al menos un día.
Me encamino hacia un asador. El frío exterior me lleva a colocarme muy cerca de la parrilla. Un conglomerado de chorizos, costillares y demás viandas me lanzan una mirada compasiva pidiendo que las libere de su purgatorio.
Después de dar buena cuenta de un chuletón vuelvo a casa. La cocina está preciosa, la lavadora, con su puerta entreabierta, me invita a dejarle mi camisa que huele a humo. Doy a la tecla, pero no he reparado en el bolsillo superior donde guardo la loto para hoy. Ahora ya es tarde. Solo queda un puzzle de bolitas sonrosadas.
Llega el sorteo, ¡no he acertado ninguno! Me asomo a la cocina y la lavadora me mira con gesto de complicidad. ¡Qué guapa está la cocina!. Y tú, lavadora, mañana tienes el día libre ¡no has descansado hoy!.
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