Aquél día prometía para los que creíamos en estas cosas. Día propicio decía mi horóscopo al abrir el periódico por el final, mientras mataba el tiempo esperando al resto.
Partimos hacia nuestro lugar de destino. Un caserón apartado de la civilización en cuyo corredor habitaban bajo sus tablas un regimiento de abejas silvestres.
Lo que ocurrió después es fácil de imaginar. Millares de abejas formando ejército saciaron su hambre de venganza a cambio de unos escasos gramos de miel.
Después de darles esquinazo, plagados de picaduras hasta las pestañas nos dirigimos a la única nave que había en la proximidad a pedir un vaso de leche y algo de ayuda.
Leche no tenemos, tenemos vino, nos indicó un apuesto caballero en la entrada. Nos habíamos introducido en una fábrica de vino Ribeiro.
No volví a creer más en las cosas del azar.
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