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"No existen más que dos reglas para escribir:

tener algo que decir, y decirlo" (Oscar Wilde)

miércoles, 21 de abril de 2010

VER, OIR Y CALLAR

Quería quitar la sed. Uno ya no está para estas caminatas y con un atuendo entre mojado y pegajoso me dirigía al único bar que había al final de aquella ruta.

Pedí una botella de agua a una señora entradita en años que regentaba aquél oasis vespertino. Al beberla sentí un extraño placer. Hasta tal extremo que el semblante de mi cara cambió y me dediqué a observar a las personas que se encontraban a mi alrededor.

Una familia entera, con sus marcas deportivas de alto coste en las camisetas y zapatillas, devoraba textualmente los trozos de asado que la señora les había preparado. En otra mesa, un ganadero, el farmaceútico de la zona, el maestro y el cura jugaban su partida de cartas. Y apoyado en la barra con tambaleos continuos se encontraba el borrachín del pueblo que tantas tardes pasó allí, hablando consigo mismo.

La dueña actuaba sin miramientos; teníamos similares necesidades y las saciábamos solamente con pedir delante de la barra. ¡Bendita barra! Aquí éramos todos iguales

Por detrás, un inmenso cartel, junto a una botella de Licor 43, decía: “En esta casa no se habla de fútbol, ni política, ni religión” y junto al clásico “Reservado el derecho de admisión” se leía otro que decía “Se admiten pescadores, cazadores y todo tipo de mentirosos”. Aquello me hizo entender que estaba en un buen sitio.

Al salir del local busqué el cartel para apuntar su nombre. Había encontrado ¡por fin! un lugar en el que nadie es más que otro, pero el local no tenía nombre.

1 comentario:

  1. Genial el humor fino que lo riega.
    También la reflexión que provoca.
    Si Fernando viera lo que haces, enseguida hablaría de un estilo propio.

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